12.10.08

León el Hebreo: cuando amor se escribe con hache. (Primera Parte)

"Diálogos de amor". Edición italiana de 1541. Para evitar la censura, el editor añadió la frase "León médico, de nación hebrea, y después hecho cristiano". El subterfugio de hacer pasar a León por cristiano no funcionó demasiado tiempo; desde 1620 la obra aparece en el índice de obras prohibidas por la Inquisición por el resbaladizo sentido de sus metáforas kabalístisticas. Pero, de alguna manera, ya es demasiado tarde; la obra ya ha influido a dos generaciones de artistas europeos.


El neurólogo y psiquiatra Carlos Castilla del Pino escribió en cierta ocasión que todos los matrimonios por amor podrían considerarse nulos antes la ley. Las hormonas y la sugestión que se asocian con el amor colocan al individuo en un estado mental que, aplicado a otro ámbito diferente al del matrimonio, invalidarían la firma de cualquier contrato. Y con más razón el de uno que se origina con la voluntad, en la mayoría de los casos, de que sea indefinido. Pero lo que habría que preguntarse es si Castilla del Pino habla del amor, o del deseo. Y esa es, precisamente, la primera distinción que hace el sefardí Judah Abrabanel, más conocido como León el Hebreo (1465 – 1521?), en un libro que marcó casi cuatro siglos de estética sobre el amor, “Diálogos de amor”: “el deseo precede al amor y, una vez obtenida la cosa deseada, nace el amor y el deseo desaparece”. En otras palabras; sólo deseamos aquello que no poseemos. Y desde esa perspectiva se puede analizar no sólo la obra de León el Hebreo, sino la de toda una época: la de la Expulsión de los Judíos de España en 1492 y el nacimiento de dos términos, España y Sefarad.


Isaac Abrabanel, padre de León. Fue la única gran personalidad judía española de la época que se negó a convertirse al cristianismo. Utilizó todos sus recursos para organizar la salida de la minoría de judíos que salió de España tras la publicación de los edictos de Expulsión de 1492. En su honor, muchas sinagogas actuales llevan su nombre.


León, o Judah, nació en Lisboa en 1465, en un momento en que no existe España, como entidad nacional concreta, sino los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra y el último reino árabe de Occidente, el reino nazarí de Granada. Tampoco existe Sefarad en sí, como expresión de deseo, puesto que “así como el amor presupone que la cosa exista, el deseo implica su inexistencia”, y aún los judíos viven en todas esos territorios con diferente suerte y no es necesaria aún una palabra con la que expresar de modo tangible la ausencia. Tras las matanzas de 1391, la vida de las comunidades judías en los reinos cristianos ha ido desapareciendo y el proceso de asimilación se ha acelerado por completo. Los judíos han desaparecido de la vida pública en el reino de Aragón, están en un situación de languidez en Navarra y sólo en Castilla aún tienen fuerza. En cuanto a los territorios árabes, en Granada viven bajo dominio musulmán como “dimmi”; pueden conservar su religión, derecho y costumbres a cambio del pago de un tributo. El padre de León, Isaac, había nacido en Lisboa en 1437 y era tesorero del rey de Portugal Alfonso V, pero en realidad los Abrabanel son una familia de estirpe castellana. Su abuelo había sido tesorero de los reyes Enrique II y Juan I. Precisamente tras las matanzas de 1391, que se iniciaron en su ciudad natal, Sevilla, los Abrabanel cruzaron la frontera. Pero en 1483 se relacionó a Isaac con un complot por la sucesión de la corona a favor de Juan II y regresaron a Castilla, donde rápidamente pasaron a formar parte del círculo de confianza de la reina Isabel la Católica y se convirtieron en una pieza de su despiadada maquinaria. Isaac le prestó a la corona dinero para financiar la guerra para terminar con el reino de Granada y actuó además como su agente y comercial. Granada cae en 1492 con la rendición de Boabdil y, entre otras sorpresas desagradables, los Reyes Católicos descubren que el reino árabe está en la más absoluta bancarrota. Durante casi 30 años han utilizado con los árabes una doble política de conquistas militares, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, y de fomento de las guerras civiles entre los diferentes bandos árabes. Y cuando por fin cae la ciudad, lo que quedaba del tesoro real se lo ha llevado El Zagal, tío de Boabdil, al Reino de Fez. Y es precisamente el deseo por aliviar el endeudamiento de sus reinos lo que Isaac Abrabanel cree que anima la proclamación de los Edictos de Expulsión de 1492 (uno para el Reino de Castilla y otro para el Reino de Aragón) que se firman en la ciudad de Granada el 31 de marzo de 1492 por el que se da a los judíos cuatro meses para marcharse de sus reinos para siempre; o dejar de ser judíos y quedarse. Los Abrabanel, padre e hijo, hacen todo lo posible para evitar el Edicto, y convencidos de que el anti-judaísmo era sólo un pretexto, como lo había sido en el pasado, para expoliar económicamente a los judíos, ofrecieron a los Reyes una considerable suma de dinero para que no llevara a cabo la medida. Cuenta la leyenda que el Inquisidor General, Torquemada, al conocer la oferta de Abrabanel se presentó ante el rey y en un tono patético y teatral arrojó delante de Fernando un crucifijo y le recordó que Judás se había vendido por treinta monedas de plata, y que él estaba haciendo lo mismo, sólo que por una cantidad mayor. Sería una simplificación culpar a un fanático como Torquemada de todo aquello porque eso sería, precisamente, perpetuar la simplificación de la propaganda y los retorcidos mecanismos de los reyes, especialmente, de Fernando, que sirve de modelo a Nicolás de Maquiavelo para su manual del perfecto y despiadado jefe de Estado; “El Príncipe”. No eran reyes medievales y lo que precisamente estaban llevando a cabo era el primer Estado moderno.

El rey declinó la oferta de Abrabanel pero para no perderlos como consejeros y agentes, les propuso que su nieto, el hijo de Judah, se convirtiera al cristianismo. Los Abrabanel se negaron y su actitud constituyó la excepción, no la regla. En los cuatro meses que siguieron desde la proclamación de los Edictos hasta la salida definitiva, se llevó a cabo una fuerte actividad propagandística para que los judíos se convirtieran. Y la medida funcionó a la perfección; la mayoría lo hizo. El otro gran consejero y financiero de la Corona, Abraham Seneor, que además era el gran rabino de Castilla, se convirtió al cristianismo el 15 de junio de 1492 y obtuvo, como premio, el cargo de regidor de Segovia, miembro del Consejo Real y contador mayor del príncipe don Juan. Su nuevo nombre fue Fernán Pérez Coronel. Y conforme al principio de que es precisamente en la ausencia donde hay que buscar la raíz del deseo, la lista más nutrida de apellidos de judíos de España se encuentra en aquellos con un contenido más cristiano; Santangel, Santa María, Santa Cruz, Santa Fe... Sus conversiones fueron generosamente premiadas y publicitadas. Los Abrabanel se transformaron en los líderes de esa minoría de unos 50.000 judíos – según el más reciente análisis de los datos – que optó por salir del país. De alguna manera, hicieron todo lo que pudieron para romper el cerco maquiavélico y asfixiante que suponían los Edictos y que no tenía otra alternativa razonable que la conversión. Se podían vender las propiedades, pero al no poder sacar ni oro, ni plata, ni moneda, y tener que costear ellos mismos los gastos de salida, la única forma de conservar algún patrimonio era encontrar a alguien que descontara letras de cambio. En 1406 había nacido en Génova la Banca moderna, y los genoveses trataron de aprovechar la situación al máximo; estaban dispuestos a descontar a los judíos españoles, pero a cambio de un abusivo 30%. Los Abrabanel utilizaron sus recursos y negociaron la deuda que los Reyes tenían con ellos para contratar barcos, organizar los grupos de judíos rumbo a los puertos y aliviar en la medida de lo posible la rapiña generalizada.


"Cementerio de Castilla", antiguo cementerio de Tetuan. Evidencia de las dificultades de integración de los judíos expulsados procedentes de Castilla, los "romíes" o "meghorashim" frente a los judíos locales o procedentes del reino nazarí de Granada, los "toshabim" de cultura árabe.



El cumplimiento final del Edicto se retrasó ligeramente y se hizo efectivo el jueves 2 de agosto de 1492, festividad de Tisha B’Av, la misma fatídica fecha en la que fueron destruidos el Primer y el Segundo Templo en Jerusalén. Y aquella fecha no supuso el final de la pesadilla para los judíos sino, de alguna manera, tan sólo marcó el inicio y puso en evidencia la esquizofrénica efectividad de la medida para destruir la vida judía en los reinos unidos que poco tiempo después se conocerían como una única entidad: España. Los capitanes de algunos de aquellos barcos contratados por Abrabanel, vendieron a los pasajeros como esclavos. Los judíos que pasaron a Portugal fueron expoliados antes de seguir la misma suerte que los españoles por presión, precisamente, de Isabel y Fernando. Entre ellos se encontraba el hijo de León, aquel que el rey había ofrecido que se convirtiera para mantenerlos como consejeros a su servicio. Los que pasaron al reino de Navarra fueron expulsados en 1498 y pasaron a Francia. Y tal vez sea el caso de los que se trasladaron al Reino de Fez el que constituya el mejor ejemplo de las divisiones internas de las comunidades judías. Fez se había convertido en el refugio de los exiliados, musulmanes y judíos, del reino de Granada y última residencia de Boabdil. Los judíos locales no sólo estaban totalmente arabizados, sino que veían en los castellanos responsables directos de su situación, al haber servido fielmente a la Corona de Castilla. El caso de Tetuán resulta muy significativo. Los judíos arabizados llamaron a los castellanos “romíes”, “forasteros”, e impusieron sobre ellos un maltrato que obligó a muchos de ellos a regresar a España y convertirse. Una de las medidas que los Reyes Isabel y Fernando tomaron para fomentar esos retornos fue la de garantizar que los que regresaran a España y se convirtieran pudieran recuperar sus propiedades al mismo precio, muchas veces desesperado e irrisorio, al que las habían vendido, y hay casos documentados de retornos hasta 1499. No es hasta bastantes años después, en 1530 y gracias a la acción de un rabino de gran personalidad, Haim Bibas, en que la situación de división interna se normaliza y se constituye un Keila y una federación de Comunidades de los Expulsados de Castilla en Marruecos que, gracias a su mayor preparación y cultura, termina por tomar el liderazgo de la judería norteafricana, que queda desde entonces, y durante 500 años, asociada a apellidos sefardíes (Toledano, Nahon, Serfaty, Garzón, Levy, Pariente…). Pero lo que pasa en Marruecos es otro resultado de la política de los reyes. Con el fin de Boabdil y el Reino de Granada, desaparece el último monarca árabe al frente del destino del mundo árabe (situación que se prolonga hasta nuestros días). Es el gran momento de los turcos que, a diferencia de los marroquíes, llevaron a cabo una política de aceptación de los judíos expulsados de España. Bayaceto II envió barcos para trasportar a los judíos a diferentes puntos del naciente y poderoso Imperio Otomano. Pero los Abrabanel se fueron a Italia, donde León llevo a cabo su obra y dejó una sutil pero imborrable marca sefardí en el Renacimiento europeo y, de forma indirecta, en el Romanticismo.

Hagadah de Pesaj con comentarios de Isaac Abrabanel. Edición de Amsterdam de 1695. La obra del padre y el hijo se mantienen al margen de los torbellinos políticos de su época.


Por una referencia del texto mismo, se cree que León finalizó los “Diálogos de amor” en el 5262, 1501. El destino de los Abrabanel en esos años no es seguro. Se sabe que Isaac pasó al servicio de los reyes de Nápoles, Ferrante y, sobre todo, su sucesor, Alfonso II, primo de Fernando de Aragón. En 1495 el rey de Francia, Carlos, conquista Nápoles e Isaac acompaña al rey al exilio en Sicilia. En cuanto a León, se marcha a Génova. La rivalidad entre los reyes de Castilla y Aragón con Francia es responsable del título Reyes Católicos. El papa Alejandro VI se lo concedió como compensación por haberle concedido antes al rey de Francia el de “Rey Cristianísimo”. El papa Alejandro VI también era de origen español y da nombre a una dinastía, los Borgia (forma italianizada de Borja). Su antecesor, Inocencio VIII, había sido el impulsor de la Inquisición y el hombre que había nombrado a Torquemada para que cuidara en España de la pureza de la fe. Nombró cardenal a su nieto, de tan sólo 13 años, con la esperanza de que le sucediese en el papado. Pero Alejandro Borgia supo manejar mejor los hilos del poder y repartió cargos de la Iglesia entre sus numerosos hijos y sobrinos para controlar en lo posible la Iglesia. La actividad de los Abrabanel se desarrolla en medio de aquel torbellino político y de ambiciones desmesuradas de poder ocultas bajo el pretexto de la religión en un ambiente en que por un lado se llama a la unidad de los cristianos y la persecución de los judíos, y por otro se hacen ofrecimiento a los sefardíes castellanos para que pasen al servicio de nobles, reyes y papas. En 1501, tras la reconquista de Nápoles el rey Federico ofrece a los Abrabanel que regresen a Nápoles y les envía un salvoconducto. Los Abrabanel, de nuevo juntos, no llegaron a utilizarlo porque ese mismo año los franceses se lanzan de nuevo sobre Nápoles y tanto Isaac como León pasan al servicio del reconquistador de Nápoles, Gonzalo Fernández de Córdoba, alias el Gran Capitán (1453-1515), noble y militar español personalmente leal a la reina Isabel que se convirtió en Virrey de Nápoles. Fernando aprovechó la ocasión para incorporar Nápoles a la Corona de Aragón (su primo murió abandonado, prisionero de los franceses). González de Córdoba es el primer militar que utilizó de forma combinada la caballería, la infantería y la artillería en combinación con el apoyo naval y está considerado como un genio militar moderno. Pero su figura ha quedado asociada en castellano a la expresión “cuentas del Gran Capitán”, que es sinónimo de una relación poco detallada o para una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho. Cuenta la leyenda que una vez muerta la reina (1504), Fernando buscó la manera de librarse de González de Córdoba por temor a que apoyado en su prestigio personal se declarara independiente, así que le pidió cuentas de en qué había gastado su dinero en Napoles. El noble andaluz, ofendido, le respondió con ironía: “Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados”. El rey lo depuso y tomo la administración directa de Nápoles. El Gran Capitán regresó a España y los Abrabanel, que no pueden hacerlo sin convertirse al cristianismo, se marchan a Venecia, donde se les pierde definitivamente la pista. Se sabe que Isaac murió en 1508 y, en cuanto a su hijo, la fecha probable de su muerte es 1521.

No hay en todos los diálogos de Léon el Hebreo ni una sola mención a todos estos mundanos acontecimientos. Y resulta muy simbólico que en medio de todo aquel torbellino, el tema que León elija para sus “Diálogos” sea, precisamente, el del amor. Pero a diferencia de su padre, rabino, que se mantuvo en toda su obra en los estrictos límites del pensamiento judío, con lúcidos y brillantes comentarios a los Pirké Avot, el Talmud y la Torah de vigencia hasta nuestros días, la obra de León se abre al mundo secular no judío, en especial en lo concerniente a la Kabalah. En unos términos que tal vez sólo tengan un paralelo en la amplia difusión que las obras de Kabalah tienen hoy. Lo que es evidente es que los Abrabanel, tanto el padre como el hijo, fueron hombres del Renacimiento en el sentido en que ese término se aplica al de hombres que manejan varias ramas del conocimiento. Isaac fue rabino, financiero, especialista en la halajá y kabalista. León era también financiero, pero además médico y estaba considerado por sus contemporáneos como un filósofo y maestro de maestros. Pero además fueron renacentistas porque asistieron a su nacimiento, en Italia. Y la obra de León tiene un notable impacto en ese magma de ideas y reivindicación del hombre como centro y medida de todas las cosas en un mundo que, en apenas unos años, se transforma de forma radical y vertiginosa y amplia sus fronteras hasta una recién descubierta América. Un mundo en el que el agresivo impulso de dos socios, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se basa en un acuerdo matrimonial que Castilla del Pino no invalidaría.

Pero volvamos al Nápoles humanista e inquieto al que León llega con su padre tras su salida de España para recorrer el sinuoso e invisible camino por el que la concepción del amor de León se convierte en "amor platónico" y "amor romántico".



"Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas". En el prólogo de El Quijote (1605) Cervantes habla con ironía de los "Diálogos de amor". Constituye una excepción; desde Lope de Vega al "Romeo y Julieta" de Shakespeare, fragmentos completos de los "Diálogos" dan la letra al canto del amor.

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